¿Qué pueden hacer los diputados por el caso Chincultic? Abasolutamente nada.
Lo que pudieron haber hecho, ampliar los tiempos del diálogo y buscar alternativas de solución, no lo hicieron y la sangre llegó al río, gracias a la torpeza de “algún mando”, y a la desesperación del gobierno federal por acabar con el problema, a pesar de que solamente era una piedra en el zapato, y no ponía en jaque a nadie.
Por eso “enmudecieron”, y qué bueno, porque cuando hablan, en realidad no lo hacen ellos de manera personal, sino que le piden al área de comunicación social que lo haga en su lugar.
Es decir, lo máximo que pueden hacer es hablar, pero ni eso alcanzan a lograr, pues ni cuando pasan a tribuna (los que alguna vez alcanzar hilar algún discurso) consiguen pensar por su propia cuenta, sino que es alguno de sus asesores quien se puso a arrastrar el lápiz en la víspera, para darle lectura el martes o jueves del día de sesiones.
En otros casos, ni siquiera viene el discurso de sus propias oficinas, sino de otro lado, de otro palacio y de otro poder.
Los diputados son un robo a la nación.
Cobran exorbitantes cantidades de dinero viviendo como zánganos (también en su versión femenina) y, por encima, hacen jugosos negocios personales, a través del acostumbrado influyentismo, utilizando para ello a empresas existentes, a quienes les consiguen obras, quedándose con su respectivo “porcentaje”.
Así que, diputados y diputadas, no hay por qué extrañarnos de su comportamiento. Entra dentro de los parámetros a los cuales nos tienen acostumbrados.
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