Las mujeres siguen dando de que hablar. Siguen en la lucha. Organizadas.
En todas partes se realizaron movilizaciones, manifestaciones de combate por la defensa de sus derechos.
Nadie como ellas.
Aparte de ser bellas, se dan tiempo para ser madres, esposas, algunas hacen algún paréntesis para ser queridas o amantes, por qué no decirlo, también.
Pero la lista sigue: son hijas que están al tanto del padre o madre, o hermanas que igual procuran por el cuidado del hermano, o tía que se encarga de darle tiempo a los sobrinos porque la hermana o cuñada se fue al trabajo.
Son las administradoras del hogar y del changarro, son enfermeras o médicos, son la sustituta de la maestra que revisa a diario las tareas.
Van por el mandado, dejan lista la comida, van a trabajar, pasan a pagar el teléfono, regresan a casa a checar si comieron los niños, monitorean el trabajo de la "chacha", ven un rato un programa de televisión al tiempo que se cuidan las uñas, preparan la llegada del marido mientras le dan la última revisión a las tareas escolares, van al super por algún mandado para la cena, preparan ésta, la sirven, vigilan el cepillado de los dientes de las criaturas, se bañan, hacen wawis y, después que todos han dormido, ellas pueden finalmente acostarse tranquilas con el sentimiento del deber cumplido, o de las múltiples obligaciones cumplidas.
Aparte de tener que atender mil responsabilidades cotidianas se ven sumergidas en una dinámica social complicada, con una cultura de predominio del varón, gracias al machismo tan acendrado en nuestros esquemas de convivencia.
Gracias a esa cultura ellas no tienen derecho a levantar la voz, porque rápido se las juzga. Y dije levantar la voz, ya no digamos levantar la mano.
Tampoco pueden salir a donde quiera que sea ni menos a la hora que se les antoje, porque rápidamente viene la reprimenda, el reclamo, la regañada, el sospechosismo y hasta buenas tranquizas, lamentablemente. Mujeres adultas, inclusive adultas mayores, son tratadas como menores de edad.
Una de las muchas afrentas se da en el propio hogar, en la toma de las decisiones importantes.
Si bien tienen ellas la patente para decidir que hacer comer y que vestir, donde colocar la sala, la televisión, entre otras muchas decisiones de vital importancia, hay algunas que no, que jamás podrán tomar, porque son competencia del marido. E inclusive delante de los hijos tienen que decir, con mucha frustración, que en tal situación deberán esperar a que llegue el papá para que él determine. Ellas no. Y transgredir esa norma machista implica altos riesgos de violencia en su contra.
Eso ocurre en el 99.99 de los hogares. Luchar contra eso es deber de las féminas, pero también de nosotros, al lado de ellas, a pesar de los pesares.
A pesar de que sea lindo que ellas estén al servicio de uno, cuidándolo, manteniéndole la ropa limpia, lista, en su lugar y al gusto del mero mero.
Inclusive hay que hacerlo por la propia supervivencia y el propio crecimiento de la economía, o el desarrollo del proyecto o empresa familiar.
Si a ellas se les da la oportunidad de decidir también en aquellos ámbitos que tradicionalmente están más en manos de nosotros los varones, posiblemente se alcance más logros que si se continúa con el absolutismo del masculino
Hay que intentarlo.
No es cualquier cosa, cierto. Es difícil, cierto. Pero es necesario, cierto. Por ellas, por nosotros, y por los que vienen detrás de ellas y nosotros.
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