Lo ocurrido en la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez, con la elección de reinas con inducción del voto a través de los dulces y caramelos, la principal debilidad de los chamacos, no es para dejarlo desapercibido.
La nota de Eduardo Ángel Cruz es significativa, y no sólo por el concepto de fraude electoral, sino porque se pone el dedo en la llaga: los maestros no somos democráticos, no practicamos la democracia y, lo peor, propiciamos una formación cívica al revés.
Hubo inconformidades de ciertas personas porque un alumno haya publicado críticas a ese proceso de selección, con obvias irregularidades, pero que alguien me diga que no tiene la razón el estudiante, y que alguien más me diga si, aún careciendo de ella, no tiene derecho a expresar su punto de vista.
Y aquí una observación al maestro de educación física de esa escuela, a quien se le pide que no aplique represalias contra el citado alumno: ser crítico en un país de libertades, y más en el municipio del prócer de la palabra libre, no es dejar de querer al país, a la entidad, al municipio o a la escuela de referencia. Es sólo tener una opinión distinta a la de quienes incurrieron en la vieja tradición de la compra descarada de votos. Nada más.
De por sí en la escuela hay antidemocracia, represión y falta de respeto a los derechos humanos de las niñas y los niños.
En el salón de clases existe una persona con patente de corzo para decidir qué actividades escolares realizar, la forma de llevarlas a cabo y los criterios de evaluación que se deben aplicar; estos, al parecer, son esquemas de intervención docente que, salvo raras excepciones, nadie quiere cuestionar y se aceptan con la mayor naturalidad. El alumno se encuentra, pues, ante un poder ejecutivo de gobierno al interior del aula escolar, en manos, obviamente, del profesor.
Uno de los problemas que enfrenta la educación en México es el predominio de un sistema directivo de enseñanza, en el cual el docente ejerce un autoritarismo pedagógico por el que el alumno es considerado como alguien que ignora justamente lo que aquél va a enseñar, y que necesita de su dirección autocrática para aprender.
A raíz de esto se presentan situaciones en las que se evidencia que los alumnos se enfrentan a actividades que no son de su agrado, a las que son obligados; y cuando los educandos protestan o se niegan a trabajar en las actividades impuestas, el maestro se enoja, ve violada su autoridad y dignidad y amenaza o castiga a los disidentes.
Lo peor de todo es que este tipo de dificultades de interacción alumno-docente genera una dinámica social de autoritarismo y represión, pues casi de manera invariable a las relaciones unidireccionales de dominación le siguen procesos de resistencia o rebelión, y el docente se ve en la necesidad de someter a los levantados, imponiendo todo el peso de su autoridad e, inclusive, su fuerza física.
En las escuelas existe un Estado de Facto. "No grites", "no te levantes", "no corras", etc., figuran dentro de una serie de disposiciones coercitivas impuestas a los alumnos que, por supuesto, deben acatar, independientemente del origen heterónomo de las mismas, concentrando con ello en un solo dedo el poder legislativo del gobierno grupal. Y también el poder judicial y todos los poderes habidos y por haber.
Pero de eso a dar clases de compra de votos y de forma descarada, es, simplemente, llegar a los extremos. Los fraudes electorales no se deben enseñar.
Las niñas, lindas por cierto, no tuvieron la menor culpa, creo que ni las madres de ellas. Estas alumnas recibieron la misma lección que los centenares de educandos de esa institución, por tanto son igualmente víctimas.
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