miércoles, diciembre 05, 2007

“Crucé la frontera, no había donde trabajar y lo que había era mal pagado”

Ir en busca del “sueño americano” a los Estados Unidos (USA) es una hazaña, que bien vale la pena si en México no se crean los empleos necesarios y los que se crean son mal pagados.

El gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, el autodenominado “presidente del empleo”, así como su antecesor, Vicente Fox Quezada, han sido un verdadero fracaso para la generación de empleos en el país.

Un chiapaneco cuenta que el primer reto para quien desee irse a los USA es reunir el dinero para cruzar todo el territorio nacional para llegar a la frontera. Cuesta un dineral. Se gasta en pasajes y comida.

Ya en la frontera, hay que elegir una entrada, la más segura para evitar ser sorprendido por “la migra”, que generalmente suele ser el más peligroso para la vida.

Comienza el problema al cruzar en autos pequeños, atascados de “pollos”, sin poder moverse, y además con las ventanas semicerradas.

Las ventanas, transparentes, van casi totalmente cerradas, para no despertar sospechas con vidrios polarizados, pero lo suficientemente elevados para que por lo menos el reflejo evite distinguir los detalles de las facciones de los viajeros.

La entrada es por Sonorita, Sonora, viajando, en este caso, 8 personas en un carro chico, de dos puertas, 5 atrás, 3 adelante, con escasa ventilación.

“No se puede uno estirar, y lo peor es que no todos somos delgados, hay algunos muy gorditos, y el pollero no puede estar parando a cada rato para estirar las piernas, sino sólo para cargar gas, aun así se duerme uno, porque pesa el cansancio”, relata un migrante chiapaneco.

“Pero lo peor es en la frontera, cuando se camina para cruzar el desierto, el pollero nos lleva, saliendo de Sonorita, el espectáculo que se ve hacia adelante es un infinito arenal, polvo y cactus, son 70 horas de camino”.

“El “pollero” nos dijo que íbamos a caminar 24 horas, por eso nosotros compramos comida para 24 horas, pero cuando ya íbamos caminando 24 horas se nos acabó la comida, se nos terminó el agua, y todavía nos faltaban 48 horas más de andar a pie”.

“Es triste cruzar al otro lado, muy triste.


“Uno avanza cargando sus cosas, cargando una mochila con comida, llevando sólo una muda de ropa puesta y otra en la mochila; a lo lejos se ve la carretera, pero ahí sólo pasan las patrullas fronterizas y quienes tienen sus papeles en regla”.

“Cuando ya se nos terminó el agua comenzamos a buscar pozos, pero cuando encontrábamos alguno resultaba que el agua de los pozos tenía lana, era turbia, casi sucia, pero de esa tomábamos, porque sabíamos que costaría volver a encontrar agua”.

“Lo bueno que un amigo que iba entre nosotros, quien ya había pasado una vez, llevaba sal de uvas, y nos daba a cada uno un pedacito para que echara espuma la boca y se mojaran los labios”.

“También llevaba alcohol con ajo para que no se nos acercara la culebra, no sé que contiene pero él decía que eso las ahuyenta. Claro, esto es útil sólo en la noche, cuando uno se echa un pestañazo de cuatro o cinco horas, aunque siempre pendiente de los helicópteros”.

“El primer día caminamos unas ocho o diez horas, pero después baja el ritmo. El pollero va adelante, nos muestra el camino, nos relata experiencias útiles, nos previene. A las 8 horas buscamos unas zanjas para descansar, había mucho calor, el Sol pegaba con toda su intensidad, las zanjas hacen dos cosas: evita que nos miren y nos regala un poquito de sombra. Ya eran como a las 6 de la tarde”.

“En el día también descansamos bajo un arbolito pequeñito, un arbusto, con todo el calor nos dormimos inmediatamente, porque llega uno exhausto, con los pies sangrando”.

“En la noche hace frío, en el día hace calor; pero si en la noche uno debe andar con ropa negra, oscura (todo el trayecto), en el día no puede uno andar una gorra o sombrero, para evitar delatarnos. Por la noche el riesgo es caer en las zanjas que en el día sirven de sombra, descanso y escondite; pero tampoco puede uno cargar una lámpara de mano o algo que nos alumbre el camino”.

“Nosotros éramos cuatro personas del mismo barrio: Héctor, Genaro, Don Mario y yo, de la misma cuadra; sentíamos frío, era febrero, porque de marzo a mayo es más terrible cruzar el desierto. Llevábamos una cobija, nos dormimos bien pegaditos, tuvimos que darnos calorcito; más tarde el pollero nos dijo “ya vámonos” y nos levantamos, a darle otras 7 horas”.

“Más tarde un compañero cayó de bruces, no pudo dar un paso más; nos detuvimos pero luego el pollero dio la instrucción: Hay que cargarlo, no hay de otra. Y así seguimos, lo llevábamos cargando, entre todos, llevaba los pies escurriendo sangre, en una camilla improvisada, algunos lo cargábamos así sin camilla, avanzábamos unos 60 metros, esta persona aguantó unas 55 horas, las otras 20 horas lo llevamos nosotros”.

“Pocos saben estas historias, algunos no lo creen, tienen que vivirlo, otros lo creen pero de todos modos se arriesgan; no hay opción si no encuentras de qué vivir en México”.

Al llegar al otro lado simplemente dimos nuestros 25 mil pesos.

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